domingo, 14 de julio de 2013

LOS GANDES MILAGROS "REALIDAD O FICCIÓN"

 
Blogs.21rs.es
El hombre de hoy busca incansablemente la verdad suprema, pura,  basa su búsqueda en un plano meramente intelectual-racional, es decir, examina aquello que sea palpable, físico, que concuerde con su pensar, que no trascienda más allá de sus propias capacidades.
Esto ocurre de una manera muy común en el ámbito de la Fe. Muchas personas que se dicen cristianos afirman creer en un Dios, pero  no a plenitud, atreviéndose a afirmar: “soy creyente más no católico” porque voy al templo, leo la biblia, solo cuando me nace.
Típica respuesta de la mayoría de los cristianos, sin embargo, en esa afirmación de “creo”, se encierra  inconscientemente una desconfianza, es decir, creo en Dios, pero necesito pruebas de su existencia, creo en su poder infinito, pero dudo de si me podrá ayudar a superar los momentos difíciles; haciendo de Dios un dios Aladino, acudiendo a Él solo cuando necesito  ayuda, cuando necesito un favor, que en la mayoría de los casos son materiales, no trascendentes. Sin embargo cuando nos vemos fuera de esos momentos incomodos y por tanto dificultosos, Dios pasa a segundo plano en nuestras vidas.
No volvemos a dialogar, a dar gracias, a encontrarnos con Él, lo dejamos en el closet y seguimos con nuestras vidas como si Dios no existiera, haciendo y deshaciendo a nuestro placer, olvidamos por completo lo que significa el ser cristiano, el tener Fe, el orar; poniendo como escusas la falta de tiempo, los diversos compromisos que tenemos con los hijos, los padre, el trabajo, la escuela, etc. Con el fin de justificar nuestra desidia para acudir a Dios, por tanto, nuestra falta de Fe.
Cuando por alguna extraña razón asistimos a misa y escuchamos el sermón del sacerdote o escuchamos por cualquier medio la vida de un santo y de las grandes gracias recibidas de parte de Dios, de esos grandes milagros, pensamos inmediatamente “porque a mí no me sucede los mismo, porque en mi vida jamás Dios ha obrado  milagro alguno”, en otras palabras envidiamos a aquella persona en la que Dios ha obrado grandes cosas y peor aún nos enfadamos,  con Dios mismo, reprochándole su desinterés con nosotros, pero a la vez justificando por ello nuestras conductas erróneas, nuestros pecados, nuestras desgracias, como si Dios tuviera la culpa de ello.
Nos volvemos como niños caprichosos, queriendo sin esfuerzo alguno que Dios realice milagros en nosotros, pero solo en ámbito meramente material-sentimental, nada trascendental, nada que conlleve compromiso-conversión, por ejemplo: pedimos un aumento de sueldo, encontrar trabajo, la salud, un carro, sacarse la lotería, el enamoramiento, etc.  En otras palabras el bienestar-felicidad, no es malo pedir estas cosas, pues aunque sean meramente materiales en un primer instante te acercan a Dios, eso ya es ganancia, el problema es que lo hacemos sin Fe, sin poner nada de nuestra parte, es decir, queremos trabajo sin fatigarnos, queremos salud pero seguimos con nuestros vicios, buscamos sin más las cosas fáciles y cómodas en nuestras vidas.
Sin embargo,  si no vemos realizados nuestros anhelos, nuestros deseos, nuestras peticiones, arremetemos contra Dios, dándole la espalda, aunque Él este obrando grandes cosas en nosotros.
La mayoría de las personas de nuestro tiempo va de una forma tan veloz en su hacer, en su relacionarse, que muchos acontecimientos pasan desapercibidos para nosotros mismos, por ende para los demás.
Por tanto esperamos grandes milagros,  que sean sucesos extraordinarios, enfocando nuestra atención solo en ello, pero descuidando los grandes milagros que Dios obra en los acontecimientos ordinarios, por ejemplo: nos quejamos de lo mal que van las cosas en nuestras vidas, pero no le ponemos importancia al don de la vida misma, “el gran milagro de estar con vida” de ver un nuevo amanecer; esperamos escuchar la voz de Dios que  nos de consuelo, empero no le prestamos a tención al gran milagro de la voz y consuelo de los otros, por medio de los cuales Dios mismo te consuela y así sucesivamente.
Cuantos padres de familia se quejan de no tener dinero, para salir de vacaciones, para comprarles los útiles a sus hijos, estancándose en ello, sin darse cuenta de que Dios nunca los deja solos, que jamás los deja sin el pan de cada día, que esos problemas en su debido tiempo se solucionan, exclamando “no sé cómo Salí de esto, no sé de donde salió el dinero para los útiles”  volviendo a la problemática del olvido de Dios una vez pasada la tempestad.
Si tan solo nos detuviéramos a observar las grandes cosas que Dios realiza en nuestras vidas de una forma ordinaria, pero, que por el simple hecho de que provienen de Dios ya son extraordinarias, no nos atreveríamos a dudar de Él, ni mucho menos a ponerlo en segundo plano, pues caeríamos en la cuenta de que también en nosotros obrar grandes cosas, no tanto porque lo merezcamos sino por su fidelidad a su promesa, pero sobre todo por su gran amor hacia nosotros.
En conclusión, un verdadero cristiano no pone condicionamientos a Dios, pues confía en Él de una manera autentica, no busca a Dios solo en momentos difíciles, sino sabe agradecer en todo momento su amor hacia ellos, no ve a Dios como un genio que le concede deseos; un verdadero cristiano busca a Dios en todo momento, poniéndolo al centro de su vida, sabe paciente, sabe observar las maravillas de Dios en los otros y en las cosas.
El verdadero cristiano pone su fe en las cosas trascendentes como lo es Dios, y por lógica pide no solo cosas materiales, sino el don de la oración, de la Fe, la conversión de su vida, la santidad, etc.
Antes de decir, si eres cristiano analízate primero, y ve si realmente Dios está al centro de tu vida, si eres agradecido, si buscas lo trascendente y no lo material, si estás dispuesto a sacrificar tiempo para estar con Él, solo así podrás darte cuenta del gran milagro que Dios te ha dado “tu existencia”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario