sábado, 8 de junio de 2013

San Miguel de los Santos
 
 
 
San Miguel de los Santos (1591-1625).
Miguel Argimir Mitjana nació en Vich (Barcelona) el 29 de septiembre de 1591. Enrique y Monserrat se llamaban sus padres. Dios los bendijo con ocho hijos. Miguel era el séptimo. Pertenecía, pues, a una familia numerosa y cristiana.
Recitaban diariamente el santo Rosario, leían los evangelios y los sábados acudían a Vísperas a la catedral.
“Miguel es un niño bueno”, decían los que le conocían. Llamaba la atención su piedad y su espíritu de sacrificio se cuenta que se acostaba debajo de la cama y que usaba una piedra como almohada.
Su inclinación hacia la vida religiosa y retirada del mundo le indujo un día a escaparse de casa y refugiarse en el monte Montseni con el fin de dedicarse a la vida eremítica.
Apenas once años tenía cuando se quedó huérfano de los dos progenitores. Tuvo que pasar bajo la tutela de sus parientes lo dedicaron al comercio. No era su vocación el dedicarse a vender. No dio satisfacción, fue despedido.
Con solo doce años es admitido como “monaguillo” en el convento de los Trinitarios Calzados de Barcelona. Ya entonces llamaba su atención el fervor y devoción hacia el sacramento de la Eucaristía.
Al cumplir los quince (1606) es destinado al convento de San Lamberto, extramuros de Zaragoza con el fin de iniciar su año de noviciado. El 30  de septiembre de 1608 hace su profesión y enseguida comienza sus estudios superiores en la misma ciudad del Pilar.
Justamente aquel año 1608, pasa por la ciudad del Ebro, un religioso trinitario descalzo, fray Manuel de la Cruz. Venía de Pamplona, de la nueva fundación descalza trinitaria. Fray Miguel queda prendado del testimonio de su santidad. Es lo que buscaba. Una voz interior le llama por el camino de la descalcez trinitaria. “lléveme con usted”, exclama. El 28 de enero, fiesta de Santa Inés, recibía el hábito de la descalcez. Repite su noviciado y el 29 de enero de 1609, en Madrid, hace su profesión como religioso trinitario descalzo con el nombre de Miguel de los santos.
En la capital de España tiene el honor de conocer personalmente a nuestro Santo Reformador, San Juan Bautista de la Concepción.
Dato curioso: Durante el año 1609, en el convento trinitario descalzo de la Solana (ciudad real) residen tres santos: San Juan Bautista de la Concepción, San Miguel de los santos y el Venerable fray Tomás de la Virgen. San Miguel de los santos entra pronto en las profundidades de la mística: oración  de unión, éxtasis, arrobamientos…san fenómenos que en él se dan con frecuencia. En cierta ocasión, el hermano Provincial le pegunta: “Fray Miguel, ¿Cuántas horas dedica a la oración?”-“Siempre estoy en oración”, responde. Se podía decir que él que “vivía sintierra por la tierra caminando”. Su gran devoción: Jesús Sacramentado. con frecuencia pasaba las noches en adoración ante Jesús Sacramentado. Se puede decir que él que era “adorador permanente”. La Iglesia lo ha declarado “copatrono” de la Adoración Nocturna, juntamente con San Pascual Bailón.
Sus experiencias místicas las dejó reflejadas en un tratadito por él escrito y titulado: La tranquilidad del alma. Uno de los fenómenos místicos más conocidos de él, fue el cambio de corazones entre Jesús y San Miguel. Sucedió ente el sagrario, en una noche de gracia y de gloria.
Sus estudios superiores los cursó en Salamanca y en Baeza. De su estancia en la ciudad del Tormes se cuenta que estando el maestro Antolínez explicando el misterio de la Encarnación, fray Miguel dio un grito y se elevó, como a la altura de un metro, con los brazos en cruz y con su mirada fijamente clavada en un punto misterioso. Así estuvo durante un cuarto de hora. Ante tal fenómeno, el profesor comentó: “cuando un alma está llena del amor de Dios, difícilmente puede esconderlo”. Se ordenó de sacerdote en Baeza. En la ciudad y alrededores ejerció el ministerio de la predicación y de la dirección espiritual. Conversiones “milagrosas” daban testimonio de su santidad.
Para preparar sus sermones se pasaba tres días en oración a los pies de un crusifijo y otros tres estudiando lo que en el cuaderno había escrito. Celebrando la Eucaristía y predicando con frecuencia se extasiaba ¿: se notaba esto porque quedaba elevado del suelo, con los brazos en cruz, con la mirado fija en la altura y con la cabeza echada hacia tras. Por todos estos fenómenos místicos, le llamaban “el extasiado”.
De Baeza lo trasladan a Valladolid. A un hombre tan espiritual le encargan la construcción del convento de la ciudad del Pisuerga. Su fama de santidad se corrió por la ciudad. El convento se levantó como por encanto. Los “grandes” le visitan y le piden consejo. Entre ellos están el Duque de Lerma, el señor Obispo, los nobles… Lo ven como un hombre del cielo que pasa de puntillas por la tierra, como un rayo de luz celestial.
A los 33 años, como su Jesús, nace para el cielo. Era su lugar natural. Sucedió el 28 de octubre de 1624. Su muerte fue un triunfo. A pesar de llevar poco tiempo en Valladolid, toda la ciudad se volcó en sus honras fúnebres. Más que un funeral, fue una celebración de las maravillas de Dios obradas en fray Miguel.
En 1779, Pío VI lo beatificó. Setenta y un años más tarde, Pío IX lo canonizó. En la Orden es considerado y venerado como el patrón de la juventud trinitaria. Sus reliquias se veneran en la parroquia de San Nicolás (Valladolid). Es la iglesia de nuestro antiguo convento. Actualmente es parroquia diocesana.
 
Tomado de: Espigando en el patrimonio trinitario, del P. fray José Hernández Sánchez. O.SS.T

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